Muere una pareja de jóvenes escalando una montaña, dice la noticia. Dos familias, como mínimo, dolientes hoy y mañana también y condenados a una melancolía de por vida. Nosotros, por empatía, nos condolemos con la noticia y hasta la comentamos como un tema propio, sólo ese día. Cuántos andinistas han muerto en lo que va del año? Cuántos montañistas mueren en cada temporada? Cuántos escaladores han muerto en toda la historia? No sé cuántos. Sería sólo un dato. El caso es que varios, no todos, se mueren. Se cansan, se agotan, se descompensan, se cagan de frío. Bajan por sus medios o los bajan otros o lo busca un helicóptero. Nadie los obliga. Lo hacen por gusto. Por pasión. (Pasión viene de padecer, dice el diccionario). Siempre me pareció que no tenía ningún sentido subir una montaña a ese precio. Si por lo menos lo hicieran para pasar al otro lado. Pero no. La suben y la bajan, casi siempre por el mismo lado. Pero para ellos tiene mucho sentido. O , por lo menos, lo programan, lo deciden y lo hacen y lo vuelven a hacer. Un amigo mío que forzó la experiencia de subir al Aconcagua me juró que no lo hacía nunca más en su p… vida. Que ese grito de Gaudio “qué mal que la estoy pasando!” había sido su mantra permanente. Comer con frío, dormir con frío, cagar con frío, no era para él. No voy a entrar en el tema de los costos de un rescate, ni en el riesgo de los rescatistas ni si ya está implementado lo del seguro que deberían pagar para tales casos. Tema menor. “Vivir es lo más peligroso que tiene la vida…” canta Sanz. Y es verdad. “Yo me muero como viví”, dice Silvio. Tiene sentido hacer ese tremendo esfuerzo?, (uno de los más inútiles esfuerzos, si los hay). Para ellos sí! Tienen derecho a elegir esta forma de morir? Claro! Nada se los prohíbe! Pero no son héroes, como titulan algunos. Son aventureros, con buena ventura o mala ventura. Son temerarios. Que, en estos tiempos apáticos, no es poco.
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